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jueves, 4 de febrero de 2010

La generación Kol-Kana


Castillo de proa


El estar fuera del país por mucho tiempo, tiene sus consecuencias. Hace unos días, derretido por el calor, pase por una tienda y pedí “una maltina”. Al ver que la tendera me miro como a un extraterrestre, decidí cambiar mi pedido por una Lux Cola; al final, lo sabía, estaba dispuesto a transarme por una Kol-Cana. Ni lo uno ni lo otro, “esas bebidas ya no existen”, me dijo la tendera, “usted debe ser de la generación de la Uva Canada Dry…”
         Un poco avergonzado y ya con un ligero dolor de cabeza producido por el sofocante bochorno, brinque a la farmacia contigua en busca de una Cafiaspirina. Como no obtuve respuesta, pregunte si de pronto tenían Anacin, Calmadoral o  Procasenol.
         Me di cuenta de pronto que Colombia cambió, y con ella el remedio. Recordé entonces una lejana mañana en que no pude ir a la escuela aquejado por una bronquitis, la misma que fue conjurada con el jarabe San Ambrosio y cucharadas puntuales de aceite de tiburón, en ayunas. Todos los males del cuerpo desaparecían con una purga de Limolac o de Vermifugo Nacional, y la vida se volvía algo más ligera y saludable, con modestas dosis de aceite de castor o de ricino. Mi padre estaba convencido que podíamos tener los músculos de Charles Atlas, si tomábamos   Emulsión de Scott. Ocho hermanos, en fila, nos sometíamos entonces a la tortura diaria de paladear aceite de hígado de bacalao, previa apretada de nariz, lo cual atenuaba el lamparazo del pescador escocés.    
         Me pregunte entonces que fue del Sulfatiasol, del Baltisicol compuesto, de la Pomada Merey, del Mentolin, del Yodosalil y el ungüento Indio, el Cheracol, el Penetro, el Quinopodio y el Dencorub, la sal de Exxon, el jabón de romero y quina y la chancarina.
         Hubo un tiempo en que Farina, una colada venida de Portugal, fue el alimento de los niños de Colombia. “Si su niño no camina, caminara con Farina…” decía el lema, y todo el mundo lo creyó, como creyeron a pie juntillas que la “Colombiarina” y su sucesora, la Bienestarina, eran suficientes para levantar sana y fuerte a la muchachada que llego después del Frente Nacional.
         Si Camilo Torres no hubiera caído en Patio Cemento, diciendo que la leche de la “Alianza para el progreso” esterilizaba, hoy mas nacionales tendrían la enzima que le falto al gen colombiano para evitar la violencia. Con mis hermanos y con toda mi generación, bebimos de esa leche por cantidades, pues la recibíamos como refrigerio en los colegios públicos. Todos tenemos hijos y alcanzamos a conocer la Cremex y la San Fernando en Botella, mientras el mundo despedía a Papelón, el jarabe del niño flaco y barrigón.
         Para los nacidos en la generación de Glostora, surge la pregunta acerca del paradero del fijador Lechuga, el Tricofero de Barry, el Bay Rum y el Agua Florida de Murray & Lanman, antiguallas que sobreviven en el Almanaque Bristol, junto al Mareol, el Old Spice de Shulton, el Pino Silvestre, el Agua Brava y y el Vetiver.
         Afortunadamente se acabo Kan-Kill, Black Flag, el acpm y el especifico, el espiritismo, las enaguas, el colirio Eye-mo, las lavativas y las ventosas, las babuchas Croydon doble piso, el suspensorio, los calzoncillos Don Juan Punto Verde y el calzón matapasiones tipo “Imperio”.
         También se fueron las medias “Maraton”, la ropa El Roble, las botas Cauchosol, “guambiano style”, los zapatos Grulla, las peinetas Vandux y el Mejoral. Me dicen que en las filas del Polo Democrático, sobrevive la Yodora.
         Mientras seguimos sin saber quien inventó el hueco del pandebono, vemos cómo a la galleta costeña se le llama hoy “oblea”, de las calles desapareció el “pan de huevo” que vendían en canastos unas buenas señoras al atardecer, pero, sobreviven, felizmente, las cucas de las monjas de San Antonio.
         Debo decir que para recordar todos estos iconos colombianos, debí tomar, durante quince días, Vitacerebrina Finlay. 

         

2 comentarios:

Natalí Velásquez dijo...

Me encanto.. debo decir que solo tengo 20 años, pero al parecer el hecho de crecer con mi abuela afecto mi relación con la actualidad, puesto que conozco como mínimo el 85% de las cosas que nombró... es más, le estoy sanando la perforación de las orejitas a mi bebe con ungüento Merey... jajajaja... aún lo consigo :)

Unknown dijo...

Sigo tus columnas en EL PAÍS y esta no la había leído aún.
algunas de las cosas que se describen tienen sentido y las recuerdo con nostalgia no sin antes mencionar que hace tan solo un suspiro estaban ahí.