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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Razones para creer en la flor del frangipan


Por Medardo Arias Satizábal


Hay varias razones para creer que la flor del frangipan existe. La primera de ellas aparece en las notas de un cuaderno de cartografía de un viajero europeo en Asia, siglo XVII, con ilustraciones, al parecer, en primorosos tonos de acuarela; la segunda, nos habla desde una página de la edición de la Enciclopedia Británica fechada en 1887, y la tercera, casi definitiva, aparece en las memorias de Nefatlí Reyes Basoalto, el poeta de voz atiplada, quien la vió una noche en un jardín de Birmania. Era ya noche, en ese momento en que los astros empiezan a merodear sobre los jardines del mundo o, como diría otro poeta, en el momento en que un potro negro empieza a repartir espigas azules en el cielo. El poeta había estado enamorado, o por lo menos así lo expresó, de una tal Jossie Bliss, a quien llamó "La pantera birmana", la única mujer que fue a despedirlo al muelle, mientras el barco bramaba  pidiendo piloto para el zarpe. Eran los días del Neruda Casanova, el mismo que llevaba zapatos blancos, como los cantantes de boleros en La Habana. Contó cómo la mujer se arrodilló en el muelle, y se arrolló a sus piernas, en un ruego dolorido para que no se fuera. La pantera inclinó la cabeza sobre sus zapatos, con un llanto furioso, y al levantar el rostro, lo tenía "enharinado", o sea, pintado con esa crema de arroyo con la que es menester lustrar unos zapatos blancos de cordón, como los que usó Humphrey Bogart en el momento de pedir, otra vez, al Negro, el pianista, los acordes de äsc goin, in tmime, esa melodía que es preciso escuchar entre tres vodkas con jugo de cranberry. No otro elixir es preciso aplicarse por una belleza pura como la de Ingrid Bergman.

         Neruda dijo, pues, que era noche, y esta flor, la del frangipan, expelía un aroma trastocador de los sentidos, un perfume hondo, definitivo, como la leche de la mujer amada.

         Desde que Neruda lo dijo en sus memorias, he estado en búsqueda de la flor del frangipan, pero no la he encontrado. La he buscado también en las viñetas que para la historia botánica dejó José Celestino Mutis; en las viejas casas del barrio Gótico de  Barcelona, donde los catalanes suelen dejar, como al descuido, viejas ilustraciones de la flora del mundo. La he preguntado en los jardines que circundan las cataratas del Niágara y por los viejos patios de Granada; en los Jardines del Generalife, en La Alhambra, donde los Reyes Nazaríes dejaron plantada la flor de regaliz, la azucena de la noche y la Rosa de Castilla, transmutada en sus yemas por manos de mujeres moras.

         La he preguntado también en los viveros de Connecticut y en las montañas de Nueva York, por los caminos de tulipanes donde los viajeros recogen fruto del manzano y mazorcas del maizal, y la he extrañado en la noche silente de los barrios de Cali, donde el azahar de la noche me recuerda también que un día fuí feliz y enamorado, mientras esperaba la caída de los mangos sobre un techo de zinc. El sonido del mango que rueda en la noche y la visión de un guayacán lila en las mañanas, me llaman desde el pasado en esta ciudad de pequeñas tiendas, con celadores de termo, capa y bicicleta, que acompañaban a casa, para cuidarnos de endriagos en la alta noche.

         Quizás la flor del frangipan no exista, y sea sólo una invención, mezcla de azafrán y pan, pero las flores que inventan los poetas, son perennes, como las del mal, las más puras de la poesía francesa en la pluma de Baudelaire, o las negras, de Julio Flórez, convertidas en vals de cementerio.

         Si me fuera dado inventar una flor, elegiría primero su color; el verde, que va conmigo a todas partes. Le pondría unos pétalos justos -ni grandes ni pequeños- y unos cálices en los cuales sea menester, en las noches de verano, ver el reflejo de las estrellas, el brillo lechoso de la luna. De perfumes no hablemos, pues este debe ser tenue, en la medida justa de lo que puede soportar el atisbo olfativo, un aroma parecido al silbo de un pájaro en mitad del mar. A una la llamaría Mariana, y a la otra Gabriela, los nombres de mis hijas, y las sembraría en un jardín donde no llegue nadie y sólo las roce la caricia del viento y la mirada de Dios.                        

martes, 29 de septiembre de 2009

Hablar de amor debajo del cocotero



Por Medardo Arias Satizábal


Si no hubiera sido colombiano, me hubiera gustado ser la oreja de Van Gogh, o la mano crispada que aprieta una rosa bajo el casco del caballo iluminado por un bombillo de setecientas bujías en el Guernica de Picasso.
Hubo años en que me imaginé como el viejo que persigue a una tintorera, desde la corriente del golfo, hasta lograr, ya medio muerto, amarrarla a su bote. Y en mis primeros días de Nueva York, compré un viejo gabán de capitán en derrota, en una tienda de marineros en Mystic. Un homenaje al buenazo de Allan Poe en los años de la errancia.


 Si no hubiera sido colombiano, me hubiera gustado ser, también, un guajiro cubano del tiempo anterior a la revolución, un campesino de guayabera, polaina y machete, de esos que ven cómo se va dorando un cerdo en una púa, mientras Juan Ramón va en busca de plátano verde y pintón. Hay guateque en el bohío.


Me hubiera gustado ser, también, uno de esos baqueanos anónimos que arreaban ganado en los cuentos de Borges, detrás de una recua de abigeos en la frontera entre Brasil y Argentina. Habría cuidado sí, de no desear ni la montura, ni el caballo, ni la mujer del capataz de tropa, pues esto me hubiera acarreado el riesgo de ser el protagonista de "El muerto", el mejor cuento del hombre de la esquina rosada. Y ahora no les estaría contando esta historia.


Pensándolo bien, quise ser también el destello en el cuchillo del árabe en aquella playa imaginada por Albert Camus en  "El extranjero", o el joven que bailaba mambos en la playa de la Malvarrosa, o el hombre que volaba con alas de angel en la noche azul de Chagall; o el profesor que ocupa la misma habitación de Dalí y de Lorca en una universidad madrileña donde la noche trae en sus brillos un perfume de eucalipto.

Una noche, quise ser el gitano que cantaba con voz verdadera a las puertas de un templo en Salamanca, o Sancho, sabio y glotón, o el protagonista de "El anatomista¨, a quien le toma 339 páginas descubrir que hay un lugar secreto en el cuerpo de toda mujer, un breve espacio encarnado, dulce y sombrío, como aquellas gotas de agua pura que caen del techo en las cavernas tamizadas de musgo, un lugar para librar todas las batallas.


El problema de ser guajiro era la obsesión con la trigueña, la del flamboyán florido y la cuita de amor debajo del cocotero. Pasé la primera parte de mi vida deseando a una trigueña, pero la vida me fue dando chinas, rubias etruscas, irlandesas, rusas. He perdido un poco la idea idilica del lar campesino, con la vaquita blanquinegra y la mano que dice adiós, pero, al fondo, la trigueña sigue ahí, como  un reto biológico, por fuera ya de esos lastres estéticos del subdesarrollo.


Cuando tenía menos de 18 años, quería ser un trotamundo de Harlem, alguien capaz de driblar desde la bomba, para hacer una cesta de gancho, como Chamberlain, después de hacer girar el balón en el índice derecho, para alegría de los niños. La primera vez que vi una cancha de baloncesto en el Harlem real, el del barrio negro de Nueva York, pensé que quizá era mejor ser poeta.

       Me hubiera gustado también ser pescador, de esos que viven en un junco en la bahía de Hong Kong, y cocinar ahí todo lo que saliera del mar; una anguila o un zapato.


Como no pude escuchar los cocuyos de la noche estrellada de Van Gogh, desde su oreja, ni fui la mano aplastada en Guernica, ni el vaquero que huye en un cuento de Borges, ni el guajiro de guateque, ni el hombre de la noche azul en el pincel de Chagall, ni estrella de baloncesto, decidí ser sólo Medardo Arias, un colombiano con visa múltiple al territorio libre de la imaginación.


  


        
            

lunes, 28 de septiembre de 2009

Dos poetas de Assis

Por Medardo Arias Satizábal
    
Quiero dedicar la columna de hoy a dos poetas brasileños; ambos mulatos, de origen humilde, elevados al santoral de la vida, uno por su palabra, Machado de Assis, (Rio de Janeiro, 21 de junio de 1854), otro por la alegría que ha traído al fútbol, Ronaldo de Assis Moreira, más conocido como Ronaldinho Gaucho (Porto Alegre, 1980).


         Ambos, como el santo de Assis, nacieron con la facultad de hablar con los animales, de comunicarse con las aves, de interpelar al viento y de domesticar, ya con poesía, ya con fútbol, a los lobos hambrientos.

         El primer de Assis, el poeta, nació con una diferencia de 126 años, de su sucesor, y pasó la infancia en una casa de hacienda de una rica señora del imperio. Padeció epilepsia y aunque llegó a ser símbolo del Romanticismo brasileño y fundador del Realismo de ese país, enfrentó también una precoz tartamudez. Su padre, pintor de brocha gorda,  y su madre Lepoldina Machado, una lavandera portuguesa llegada de las islas Azores, no pudieron brindarle una temprana educación, pero el poeta tomó clases de lengua gala con un panadero francés, y llegó a traducir ¨Los trabajadores del mar¨, de Víctor Hugo. También, por cuenta propia, aprendió inglés y alemán. Dejó en su haber una de las mejores traducciones de Poe.
         El de Assis de Porto Alegre, hijo del vigilante del parqueadero del equipo Gremio de esa ciudad, estuvo a punto de ser tomado por loco, cuando era niño. Había nacido con el fútbol impregnado en la sangre; ¨entrenaba¨ con sillas, con muebles, en la casa, y también con su perro, al que hacía fintas, amagues, mientras el animal lo seguía de cerca, se le metía entre las piernas, lo derribaba. Quizá ahí, Ronaldinho Gaucho aprendió a sonreír, inclusive cuando es tirado a la grama de los estadios, con mala intención. Temprano, se convirtió en el máximo goleador de Rio Grande do Sul en 1999. Vestir la camiseta de Gremio ya era bastante para quien llegaría ser el jugador más costoso del mundo.
         Machado de Assis inauguró el Realismo brasileño con su novela ¨Memorias póstumas de Blas Cubas¨, obra que, como el Pedro Páramo de Juan Rulfo, más tarde, está narrada por un difunto. Sólo que para la época de su publicación, 1881, fines del siglo XIX, su estilo tomó por sorpresa al país-continente; como escritor, Machado de Assis fue un fuera de liga. Observen esta dedicatoria de su novela: ¨Al gusano que primero royó las frías carnes de mi cadáver, dedico con sentidos recuerdos, estas memorias póstumas…¨ Quizá ahí y en su ¨Don Casmurro¨, publicada en 1900, habría que buscar parte de la risueña  ironía de Jorge Amado en su ¨Quincas Berro Dagua, Capitán de Altura¨.
         De Assis Moreira, el de Porto Alegre, no ha escrito un poema como ¨Tus ojos son mis libros/ ¿en qué mejor libro se puede leer una página de amor?/ Flores son tus labios/ ¿En que otra flor podré beber mejor el bálsamo de amor?¨ (Machado), pero cuando le preguntan por qué sonríe siempre, dice: ¨Tengo salud, mi familia también, no necesito más…¨ con la misma humildad del chico de Porto Alegre, aunque su transacción deportiva se cotiza hoy en  más de 51 millones de euros. Gana más dinero que Pelé y Maradona,  juntos, en sus días de gloria, lo que hace decir al astro italiano Sandro Mazzola, refiriéndose a su generación: ¨Dios nos mandó muy temprano a las canchas del mundo…¨
          Entre el Romanticismo y el Parnasianismo, inicialmente, Machado de Assis escribió un hermoso cuento dedicado a la locura, ¨El Alienista¨, con el cual empezó a sentar reales en el Realismo. De niño, vendió dulces en una escuela; de adulto, fundó la Academia Brasileña de la Lengua.
         Joao Da Silva Moreira, padre de Ronaldinho, puede sentirse orgulloso en su tumba; su hijo le hace sombreros, fintas, pases cruzados y tiros perfectos a la vida. No corre, avanza y retrocede, como quien va pedaleando en una sola rueda; es la felicidad del fútbol, "o mais grande do mundo''.               






domingo, 27 de septiembre de 2009

Cuando La Salsa transformó Una Ciudad (XVI)



Por  Medardo Arias-Satizabal


La música de las Antillas ha tenido desde siempre un poder transformador de la cultura en muchos lugares de la América mestiza. Así en el Perú, Colombia, Ecuador, su energía se ha hecho sentir a través de un efecto revolucionario, de claros acentos en  usos y costumbres de distintos pueblos.
         Una de las demostraciones más fehacientes del poder transformador del ritmo Caribe, se dio en la ciudad de Cali, Colombia, a fines de los 60. Hasta ahí arribó la orquesta de Ricardo ¨Richie¨ Ray, para animar las ferias del 68, en un lugar conocido como Caseta Panamericana.
         Caseta, en el argot festivo de Colombia, alude a un sitio improvisado para bailes, en fiestas patronales y festivales, hecho de madera, guadua, techo de zinc, aserrín en las afueras, y muchas luces. El lugar es deconstruído cuando pasa el jolgorio. La llegada de Ricardo con su orquesta a este lugar, partió en dos la historia de Cali; para una ciudad que se caracterizaba más por tendencias musicales andinas, con  orquestas venidas de las montañas del país, tales como Los Graduados, Los Diplomáticos, grupos que interpretaban una suerte de cumbia moderna, con guitarras eléctricas, batería y saxofón, el reconociiento del ritmo Caribe, enforma de Boogaloo y Jala Jala, traído por Ricardo, lanzó la cultura de esta ciudad a una transformación honda, un carácter que permanece hasta hoy. Cali se hace llamar ¨Capital Mundial de la Salsa¨. El efecto transformador de los ritmos de Richie, fue narrado en forma de novela por el escritor caleño Andrès Caicedo Estela, en su novela ¨Que viva la música¨, y el perfil cultural de la ciudad, de cara a la Salsa, en una hermandad con los pueblos de la cercana costa del Pacífico, fue plasmado en el libro ¨The city of the musical memory" (La ciudad de la memoria musical), escrito por la historiadora y etnomusicóloga canadiense Lise Waxer. Este libro es considerado como el compendio más serio, extenso y exhaustivo  sobre la Salsa en Cali. Editado en los Estados Unidos por la Univesidad de Weslayan, recibió en 2003 el Premio ASCAP, de la Sociedad de Autores y Compositores de los Estados Unidos, en ceremonia realizada en el Lincoln Center de Nueva York. Este premio es considerado el ¨Grammy¨de escritores y editores en los Estados Unidos.
                  Caicedo documentó la transformación cultural de la ciudad desde el punto de vista literario, y Waxer, desde la investigacion antropológica y musical.
         Richie Ray dividió los ánimos, los afectos musicales en este lugar de la provincia del Valle del río Cauca, hasta provocar una confrontación social e intelectual entre sus habitantes, delante de la música como vehículo determinante de la identidad cultural. Para una ciudad mayoritariamente mestiza, los festejos decembrinos se conviertieron de pronto en la necesidad de un arraigo definitivo en los ritmos Caribes, con un evidente adiós a otros aires musicales provenientes del interior del país. Esta onda, no obstante, se detuvo en los 80, con una fuerte irrupción del Vallenato, el ritmo propio de la Costa norte colombiana, el cual permanece hasta hoy en bailaderos y emisoras especializadas. Tierra caliente, distante dos horas del océano Pacífico, Cali se convirtió rápidamente en centro de la actividad musical antillana, a la par de Nueva York, Puerto Rico, Venezuela y República Dominicana. En ella, los músicos reconocen un lugar propicio para las fiesta, se sienten como en casa propia, y regresan cada año con motivo de la Feria, la cual se realiza entre el 25 y el 30 de diciembre; proliferan ahí las casetas, los desfiles de comparsas y disfraces, las verbenas y también, de herencia española, las corridas de toros. Ahí han celebrado Navidad y año nuevo, la Ponceña, el Gran Combo de Puerto Rico, la Típica Novel, la Yambú, la orquesta de Héctor Lavoe, Willie Colón, los Hermanos Rosario, Oscar de León, los Hermanos Lebrón, Larry Harlow, Roberto Roena y su Apollo Sound, Ismael Miranda, los Rodríguez, Tito Nieves, Gilberto Santa Rosa, y por supuesto, la Fania All Stars, en por lo menos tres ocasiones.

         Cuando Ricardo Ray descargó en la caseta Panamericana, dio inicio al mito. Desde las notas delirantes de su Jala Jala, ritmo nacido en los subterráneos del Bronx, en las barriadas de Brooklyn, en el ¨feeling¨ de los chicos de El Barrio, en el Harlem Hispano, los mismos que saludaban el verano con zapatos rojos y maones de tirantes, el Jala Jala, como el Ula Ula fue el presagio experimental de una artista que no se detendría, actuando siempre con curiosidad, en el perfeccionamiento de sonidos nuevos.

         Paralelo a este éxito, la Alegre Record promovió en Nueva Yor la creación de una banda aglutinadora de los mejores intérpretes. Sobre este suceso, el cual caló rapidamente en el ambiente latino, Bob Rangel, cronista de Swing Latino, comentó: "Este tipo de experimento ya se había realizado en Cuba, antes de la revolución. Alegre Records logró hacer grabaciones en las cuales pudimos escuchar las descargas de los mejores músicos de la época. Lo de Cuba fue importante, pues permitió escuchar a Julio Gutiérrez y su Jam Session, a Israel López Cachao..."

         El término Salsa fue acogido para denominar la fusión de todos los ritmos latinos, con los de más recientes creación, a inicios de los 70: el Jala Jala y el Boogaloo, estos últimos patentados también por Ray. Acerca del origen de la expresión, se asegura que fue el Septeto Nacional de Cuba, con su melodía ¨Echale Salsita¨, el que dio el primer paso. Otros prefieren creer que fue el album ¨Llegó la Salsa¨, del venezolano Federico y su Combo, el que prendió la mecha de esa nueva expresión. Así pues, los locutores de las emisoras hispanas de Nueva York empezaron a hablar de Salsa, y luego todo fue Salsa, genéricamente, una gran carpa donde cabía también el merengue, la plena, el mambo, la rumba, todo.

         Hasta la aparición del Boogaloo, todos los ritmos antillanos tenían denominación precisa. Richie y Bobby, como protagonistas del último movimiento musical que dio paso a la ¨Salsa¨, fueron reconocidos, finalmente, por su lucha permanente para dar a conocer nuevas variantes al Son, la plena, la bomba y el guaguancó. A pocos gustaba, en verdad, el nuevo sonido, y provocaba extrañeza en otros músicos que seguían la línea tradicional en Nueva York. Por ello, Ray y Cruz grabaron  ¨Que se rían¨, en la que expresaron su decisión de continuar ¨hasta la cima¨, en medio de las críticas y burlas de las que eran objeto.

         El Boogaloo terminó por convencer a muchos de sus contemporáneos y hubo un momento en que, quien no tocara Boogaloo, estaba fuera de nota. Pete Rodríguez reclamó triunfos con su ¨Oh that's nice¨, ¨Micaela se botó¨, y ¨I like it like that¨.
La casa Tico Record sentó las bases para la creación de una gran agrupación de músicos hispanos en Nueva York, y pudo tener, en la misma tarima, al saxo tenor, Alfred Abreu;  Pedro Boulong, en la trompeta; José Calderón, el popular Joe Cuba y Ray Barreto, en las las congas, y con ellos los trompetas Alfredo ¨Chocolate¨ Armenteros, Candido Camero y Vicent Frisaura; Robert Porcelli al saxo, Tito Puente con los timbales y el vibráfono, Bobby Rodriguez e Israel Lopez Cachao, al bajo, Ray Maldonado en el piano; Jhonny Pacheco, flauta, José Rodríguez al trombón, Jimmy Sabater, encargado de los timbales; Francisco Pozo, cencerro, y Johnny Rodriguez, bongó. Todos ellos, junto a los cantantes Santos Colón, Rafael ¨Chivirico¨ Dávila, José Cheo Feliciano y Monguito, grabaron en vivo un concierto de siete horas.

         La descarga empezó a las ocho de la noche y culminó a las tres de la madrugada en medio de cerrada ovación. Este acto, fue el preámbulo para la creación de la Fania All Stars, por convocatoria expresa de Jerry Mazzucci, un judío estadounidense metido desde muy joven en los barrios calientes de Nueva York. Logró reunir a los más destacados, bajo el nombre de su madre, Fania.

         En esa luna llena del movimiento musical afrolatino, brillaron todas las estrellas; Celia Cruz, el cuatrista puertorriqueño  Yomo Toro, Pete El Conde Rodríguez, Jorge Santana, Ricardo Ray y Bobby Cruz, Ismael Quintana, Ray Barreto, Willie Colon, Héctor Lavoe, Santos Colón, Ismael Miranda, Roberto Roena, Johnny Pacheco, Luigi Texidor, Oreste Vilato, Barry Rodgers, Roberto Rodríguez, Cheo Feliciano, Reinaldo Jorge, Adalberto Santiago, Rubén Blades. Muchos de ellos hacían parte de la última hornada  musical de comienzos de los 70 en Nueva York.

         La Fania protagonizó grandes conciertos; llevó la Salsa a Europa y Africa y fue inspiración para dos filmes de Leon Gast,  "Our Latin Thing" (1972), y "Salsa" (1976).
    Celia, hija de la Sonora Matancera y de los pregones con Pacheco y el Conde, imprimiría a este grupo el carisma de su presencia escénica, el poder de su voz caribeña, la pasión de un coro que repetía ¨Bemba Colorá¨; Yomo, considerado el más notable cuatrista de la Salsa; Pete El Conde, dotado con una voz profunda, poética, en ¨Convergencia, ¨Tres de café y dos de azúcar¨, Primoroso cantar¨, ¨La esencia del guaguancó¨; Santana,  de la mejor estirpe del Rock, con un solo inolvidable en la melodía ¨El Ratón¨, interpretada por Cheo Feliciano; Willie Colón-Lavoe, un dúo que duraría hasta que el primero se cansó de esperar la llegada del cantante; Rubén Blades, de presencia humilde inicialmente en la Fania, se convirtió en un gran compositor y poeta de la Salsa, actor de cine, abogado de Harvard, y líder del grupo Seis del Solar. Al lado de Colón, produjo álbumes como ¨Siembra¨ y ¨Plantación adentro¨.

         Colón-Lavoe lograron conformar una llave inextinguible, al menos en la memoria de los amantes de la Salsa, circunstancia que fue bien aprovechada por León Ichaso, el director de la película ¨El Cantante¨. Las carátulas de sus discos son hoy material de coleccionistas, pues son consideradas, en sus diseños, como obras maestras del pop. Una de esas selecciones fue titulada  ¨El Malo¨. Aparecìa ahí Colón, fichado como un bandido de los bajos fondos, con prontuario al cuello. Lavoe venía de Ponce, caracterizado por una voz delgada, casi un lamento. Tras sus gafas oscuras, ojos quietos, manos ligeras de gestos y pies en baile contínuo, Lavoe confirmó su talla con ¨La Murga Panameña¨, un himno que sacó a los panameños a celebrar en la Plaza Cinco de Mayo y en el Parque de Santa Ana. El trombón de Colón, poderoso, retumbante como el pito de un vapor en la bahía, anunciaba estos versos: ¨los muchachos se alborotan cuando la ven caminar/ vamos a bailar la murga/ la murga de Panamá/ esto es una cosa fácil/ y muy buena pa' bailar".

         Los cuatro pitos del trombón rematabanla última estrofa. Esos primeros años de los 70 fueron sorprendidos también por la interpretación que Lavoe hiciera de la Balada Son, ¨Ausencia¨, y de un ritmo que agitó caderas hasta en Palma de Mallorca: Cheche Colé. Lavoe cantó ¨Mi Gente¨, con Fania, como una afirmación de la cultura latina. Dijo que su gente era lo más grande del mundo, que ellos le hacían sentir un orgullo profundo, en el concierto del coliseo ¨Roberto Clemente¨ de San Juan. Ese canto, de perfiles nativos, recobró para la comunidad suramericana residente en Estados Unidos, un sentido de unidad y de concordia, muy necesario entonces entre esta minoría.

         ¨Mi gente¨  fue la invitación al canto, al disfrute de la música, de la alegría, en un país donde ya los caribeños hacían causa común con los ritmos ancestrales. La Fania abría muchas puertas emocionales; Santitos Colón, bolerista mayaguezano, dueño de una atmósfera íntima al cantar; Ray Barreto, pionero del Latin Jazz, intérprete de ¨Guasasa¨, ¨Vive y vacila¨, ¨Tin Tin Deo¨, ¨Invitación al Son¨, ¨Hipocresía y Falsedad¨, ¨Quítate la Máscara¨, ¨Togheter¨;  Ismael Miranda, joven cantante de la Orquesta Harlow, reinó en  los veranos neoyorquinos, con su canto de rimas improvisadas, en tarimas populares, frente a los templos bautistas. Larry Harlow, judío neoyorquino, es conocido en el mundo de la Salsa como "El judío maravilloso". Conoció La Habana en sus años de adolescencia y desde entones quedó prendado del Son y del Montuno. Esos tórridos veranos de fiesta en la calle, con cerveza enlatada y arroz con pollo, fueron copiados por Leon Gast para su película ¨Our Latin Thing¨, donde Miranda interpretó ¨Cuando llegaré al bohío¨ y ¨Abran paso¨.

Tomado de Klavelatina.com


miércoles, 23 de septiembre de 2009

"El ritmo que traigo es de azucar"



Palmieri hipnotizó a Hartford


Por  Medardo Arias-Satizabal

Todavía alguien se pregunta por qué el piano de Palmieri suena a veces como una tumbadora, como un timbal, un bongó, una conga. la respuesta  podemos tenerla cuando sabemos que todo ese magisterio que él prodiga en su piano, viene de una intención percutiva. empezó como percusionista a los trece años, en la orquesta de un tío en el harlem hispano de nueva york, y ahí se mantuvo hasta los 15. Ahora reconoce ser "un percusionista frustrado", pero también es consciente que buena parte de sus arreglos, de los que podemos escuchar  por ejemplo en "pa'la ocha tambó", en "vámonos pa'l monte", "muñeca", "ajiaco caliente", "palo de mango", "qué humanidad", "el reparte hornos" o "azúcar pa'tí". Están unidos indefectiblemente a su talento de percusionista. si el piano habla, dice "Kikiribú mandinga" entonces reconocemos que se trata de Palmieri.

Eddie Palmieri acaba de recibir las llaves de Hartford, de parte del alcalde  Eddie Pérez, quien se hizo presente en el "artist collective", para agradecerle todo lo que ha hecho por la música caribeña y latina en general. "Cuando llegué a Nueva York en los 60, seguía esta música de Palmieri, porque reconocía en ella el orgullo de saber de dónde venimos" dijo Pérez, quien se presentó al maestro como "un jibarito de Corozal"







PIONERO DEL LATIN JAZZ

La presentación de Palmieri en Hartford estuvo enfocada en el latin jazz, pues interpretó temas como "picadillo" tema de
 TITO PUENTE, con quien conformó, junto a MACHITO, MARIO BAUZÁ, CHANO POZO, CELIA CRUZ, TITO RODRÍGUEZ Y BOBBY CAPÓ,   DÁMASO PÉREZ PRADO, el rey del mambo. En esas noches iluminadas, nacieron temas como "café" tostao y colao" y "si echo pa'lante" interpretadas por el cantante inolvidable de su orquesta, ismael quintana. Esta banda abrió fuegos en 1961 y llenó por si sola toda una época de lo que hoy se denomina "salsa".








LiseWaxer, Margherita y Eddie Palmieri/ Photo By: Medardo Arias-Satizabal





Por supuesto, Palmieri, a sus 68 años, continúa, con nuevos bríos, al frente de su "Perfecta II", con la cual hizo ya homenaje a la memoria de TITO PUENTE, y con un cantante que es reconocido ya como un clásico en su estilo: HERMANN OLIVERA.

Palmieri, como su hermano Charlie, ya fallecido, reconoce que en la raíz de estos ritmos caribeños esta África. Como si fuera el picasso de la música latina, cada vez que quiere expresarnos los sentimientos más hondos desde su piano, nos trae a colación las culturas yuruba y lucumí, afincadas en cuba, desde las culaes se irradió al mundo parte de la música más selecta que distingue hoy al caribe. Sus raíces puertoriqueñas lo llevaron a gozar en la interpretación de una melodía titulada "bomba de corazón". La bomba como la plena, están también, junto al son y al guaguancó, en la raíz de su ritmo.

Esta reaparición de Palmieri en Hartford, confirma a la ciudad como la capital de la salsa y el latin jazz en Nueva Inglaterra, como lo anunció ahí un funcionario del gobierno de Hartford. Una de sus últimas presentaciones en ésta área de los EE.UU., se dio hace 7 años en el teatro de la universidad de Yale, donde, de pronto, las butacas se quedaron vacías. el auditorio en pleno marchó frente al "stage", para bailar, una vez la Perfecta II abrió con las notas de "El molestoso".
Palmieri, es sin lugar a dudas, un símbolo, una bandera, un motivo de orgullo donde quiera que estemos. "El ritmo que traigo es de azúcar/azúcar pa'tí!"



Tomado de Klavelatina.com







martes, 22 de septiembre de 2009

Lecuona y Cugat, pioneros del ritmo latino




Por Medardo Arias Satizábal


La década del 50 encuentra a Norteamérica sensibilizada hacia la música producida en las islas. Dentro de ese reconocimiento de los ritmos de este lado del mundo y su penetración en el mercado estadounidense, figura la presencia -a la par de otros conjuntos y tríos que de cuando en cuando encontraban eco en las radioemisoras- de Xavier Cugat y Ernesto Lecuona. La grandilocuencia de sus orquestaciones buscaba también el brillo de los reflectores de París.


Las rumbas, los sones interpretados elementalmente en los solares de Cuba, entre titilar de tabacos, voces y tambores, se ven de pronto adaptados, mediante complejos arreglos, a estridentes composiciones, muchas de las cuales resultaron menguadas en su esencia musical. Cugat, nacido en Genoa, España, el 1 de enero de 1900, o sea, las mismas puertas del siglo XX, llegó a La Habana a los 5 años. Desde ahí, su familia emigró a los Estados Unidos. Había nacido con el nombre de Francisco de Asís Javier Cugat Mingall de Cru y Deulofeo. Fue músico de planta del hotel Waldorf Astoria de Nueva York, donde según la versión de un cronista de época, era el encargado, con su orquesta, de "alegrar las noches de aburridas damas inglesas". Hacía girar su batuta como amo y señor del trópico, ataviado con frac, y sus presentaciones se extendían a Radio City y los clubes de las montañas donde las familias neoyorquinas, muchos judíos entre ellos, aprendieron a marcar, por primera vez, el compás del Chachachá. Una película hecha en Hollywood en 1987, ¨Dirty Dance¨, ilustra bien ese momento histórico. Lecuona, por su parte, estrenaría en 1958 su famosa ¨Rapsodia Negra¨, para piano y orquesta. De ella, expresó el escritor cubano Alejo Carpentier: "Inconexa y superfial, más hecha para halagar el gusto medio norteamericano que para traducir, de alguna manera, un aspecto de la realidad sonora de la isla...".
Lecuona, no obstante, venía de producir piezas consideradas como grandes aciertos, por la crítica especializada, tales como "La Comparsa" y "La Danza de los Ñáñigos".
El turismo norteameriano hacia Cuba, muy importante entonces, acuñó códigos estéticos y artísticos que son detectados por los músicos con afán comercial, así como por los rectores de la moda. Se diría que de alguna manera, quienes eran protagonistas del escenario turístico, respondían de la manera más adecuada a los gustos de los propietarios de la fiesta. Así, dentro de ese marco, se explicaría veinte años más tarde la aparición de una denominación -no por todos compartida- para denominar la música de las Antillas; "Salsa" hace carrera en Nueva York, es palabra cómoda y práctica, rapida y adecuada a los fines del "marketing" del mundo artístico.
Tony Curtis y Marilyn Monroe se encargaron de perpetuar arquetípicamente esos delirios playeros marcados por un tiempo de yates, orquestas, ruletas y hoteles. Robert De Niro y Liza Minelli representarían muchos años más tarde, en 1977, una comedia, ¨New York, New York¨, donde se copió bien, a manera de radiografía, el clima de posguerra, la obsesión veraniega por el Caribe; Times Square inundado de serpentinas, lluvia de papel picado sobre los "marines" felices y enamorados, los mismos que se hacían retratar entre apasionados besos con sus novias, en pleno corazón de Broadway. Ellos conformarían luego el grueso público entre bañistas de brazos tostados en Varadero, y entre los caballeros de la fiesta en el Cabaret Tropicana, de La Habana.
Marlon Brandon confesó, igualmente, su gusto por la música caribeña. Tocaba el bongó con pasión, tomaba clases de percusión, le encantaba bailar rumbas. La mafia de Nueva York, por su parte, con "Lucky" Luciano a la cabeza, organizaba "cumbres" en los salones de los hoteles habaneros. En una de ellas pronunció su famosa frase: "Que el estado se ocupe de las leyes; nosotros nos ocupamos de los vicios privados de la sociedad..."
Guillermo Cabrera Infante, el escritor nacido en Gibara, recordó en "Tres tristes tigres" la manera como el Tropicana encendía fuegos con el saludo del maestro de ceremonias: "Ladies and Gentlemans..." No faltaba en esa fiestas Mr. Campbells, el emperador de las sopas, ni los playboys de moda; tampoco los propietarios de emporios periodísticos, las divas de Hollywood, los mariachis mexicanos como Pedro Infante y Jorge Negrete. La noche era siempre inagurada con el ritmo de "Cachita": "Mira que se rompen ya de gusto las maracas/ y el de los timbales ya se pone alborotá/ si divierte aquí el francés, y tambièn el alemán/ se divierte el irlandés, y hasta el musulmán/ pa' la rumba no hay fronteras..."
El reflector barría la sombra, mostrando aquí y allà, la silueta azulada de los presentes, para posar luego su luna llena en una troupe de mulatas emplumadas que reventaban sus ligas al compás del can-can parisino, en ritmo de Mambo. ¡Ah, si Tolousse Lautrec hubiera conocido la Cuba de entonces! Para el pianista Chucho Valdés, quien entonces era un niño, constituía toda una aventura ingresar por la puerta de músicos, cada noche, para gozar con los acordes de su padre, Bebo Valdés, entonces pianista de planta del cabaret.
Por supuesto, toda la música procedente de Cuba, recibía en Nueva York y en las capitales suramericanas, el nombre genérico de "Rumba". No se hacía distinción de tiempos musicales; la estructura ritmica de las melodías no contaba, y lo que bien era Mambo, Guaguancó, Guaracha o Son, fue de pronto, sencillamente, "Rumba". Bailar, pues, la rumba, fue el encanto de una época, mientras Lecuona y Cugat impulsaban esos aires de música cubana para el gusto interncional. Arreglistas y compositors residencidos en Nueva York, hicieron el resto. El sello "Victor" vivió su apogeo bajo el rótulo de las "rumbas".
La eclosión rumbera y la necesidad de buscar variantes al Son, hacen que Arsenio Rodríguez y los hermanos Israel y Oreste López, encuentren el camino del Mambo. El gusto por este ritmo en los Estados Unidos, estaba unido a una sonoridad donde cabían bien las armonías de las "big-bands", el sonido del Jazz. Los hermanos Dámaso y Pantaleón Pérez Prado, se encargaron de internacionalizarlo. Dámaso, actor genuino, fue tentado por el cine mexicano, donde apareció en múltiples películas, ataviado como un pingüino de tierra caliente, con cuello de pajarita y malabares sobre enormes zapatos de tacón alto. Fue reconocido como el Rey del Mambo, un título que su hermano Pantaleón le arrebataríaa 30 años más tarde, después de un litigio en los tribunales de Venecia.
Pantaleón, residenciado por muchos años en Italia, dijo que su hermano Dámaso era un impostor. Pese a ello, melodías como "Cerezo rosa", el "Mambo Número 5, "Qué rico el Mambo" y "La virgen de la Macarena", están en la memoria colectiva e identifican a Dámaso como el monarca indiscutible de ese ritmo, antes de que Machito proclamara la dictadura del Chachachá en Nueva York.
Es importante reconocer que al tiempo en que se daba este fenómeno, Elvis Presley y Chuck Berry se erigían como el huracán del Rock and Roll, mientras Latinoamérica se arrullaba con los suaves tonos del bolero. Los 50 enmarcan también las mejores luces del "Palladium" de Nueva York, para Tito Rodríguez y Bobby Capó. Este último, inventò una manera de bailar que llegó a reconocerse como "el estilo Palladium", mezcla de Son y Rock and Roll. Capó había nacido en Coamo, Puerto Rico, el 31 de enero de 1922.Contrajo matrimonio con la reina de belleza, Irma Nydia, y tres de sus canciones, "Piel Canela", "El Negro bembón" y "Llorando me dormí", llenaron el ambiente de las fiestas en esos primeros años de los 60; esta última, decía: "La otra noche cuando llegue a tu puerta/ vi que el sueño me mataba/ y llorando me dormí...¿quién estará disfrutando la flor de tu boca...?"
"Llorando me dormí", fue traducida a muchas lenguas, entre ellas el mandarín. Capó recibiría, antes de morir, el homenaje de la Universidad de Columbia, la cual le otorgó un Doctorado Honoris Causa.

Tomado de http://www.klavelatina.com/id20.html




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martes, 15 de septiembre de 2009

De Mayagüez a San Juan

Castillo de proa. 




Julio 16 de 2009  

Por Medardo Arias Satizábal


Tres bustos de bronce miran desde el balcón, mientras las salamandras suben por el busto de una heroína desconocida que cuida la puerta frente al mar. Llueve en el Caribe a esta hora en que los patriotas duermen en el cementerio de Santa María de la Magdalena de Isis, ubicado en el Viejo San Juan. 

La luna ha salido a caminar por el Paseo de la Princesa, que conecta los fuertes de San Cristóbal y San Felipe, cuando los faroles del puerto dejan ver a lo lejos el paso de un velero y el retozo de los enamorados. El gendarme decide cerrar un costado de la antigua puerta de San Juan, la misma que por la calle de La Caleta conduce directamente al atrio de la iglesia a la que llegaron los primeros colonizadores bajo el arco que aún reza: "Benedictus qui venit in nomine domine" (Bendito el que viene en nombre del Señor). 

Cuando se ve esta fortificación del Viejo San Juan, con sus polvorines intactos, como los de Cartagena o La Habana, y se observa el busto de Isabel de Trastámara de cara al Caribe, uno se pregunta a qué horas despertará otra vez España.
En 1898 los soldados de EE.UU. entraron a Puerto Rico por la Bahía de Guánica, y hoy, 111 años después, los puertorriqueños continúan hablando español, yendo a misa y peleando gallos.
Quizá esa razón fue la que llevó a Jan D' Esopo a crear una casa de huéspedes en esa ciudad, que es lo más parecido a la poesía: un espacio que parece concebido por Gabriele D'Annunzio y Pablo Neruda al tiempo. En compañía de su esposo, Héctor Gandía, esta mujer, nacida en New Haven, tomó 23.000 pies cuadrados del Viejo San Juan para organizar ateliers, jardines y patios interiores. Así nació La Galería, un lugar donde llega gente de todo el mundo para sentir que están, temporalmente, dentro de una galería de arte en pleno corazón del San Juan profundo.
Obama y su esposa vinieron hasta aquí para saludar a Jan y a sus papagayos, los mismos que hacen cabriolas por los techos, junto a un antiguo pianoforte del tiempo de la pólvora. La casa fue originalmente del capitán de artillería de la armada española.
Con los ecos de la crisis mundial, Puerto Rico es hoy un oasis para quienes aman caminar por viejos callejones, entre balcones y lejos de las muchedumbres de turistas. Mayagüez también está ahí, en la costa Oeste, con sus viejas casas intactas, su plaza y ese aire señorial de las viejas villas de la bonanza del azúcar, el mismo aire que tanto la hermana con Ponce.
El verso de Isaacs que evocaba los bosques de palmeras se hace aquí una realidad, pues no es preciso soñar que se vaga por ellos. Literalmente, los borinqueños de la costa Oeste van por bosques de palmeras y por extensiones verdes, abrigadas por rocas, árboles de mango, mamoncillo, aguacate y mamey.
Por una calle de Rincón un altoparlante anuncia: "Nota de dolor. Acaba de fallecer doña Iris Morales Guerra. Sus desconsoladas hijas, Yiyi y Yaya, invitan a las exequias (...)". En las paredes anuncian un combate de lucha libre entre 'El chinchorro vengador' y Eddie Blanco y me doy cuenta de que los pueblos viajan con uno adonde vaya. La Buenaventura de mi infancia viene de pronto a decir que no se ha ido, porque en la panadería, mientras apuro un chocolate, llega un jibarito de sombrero emplumado y saluda como los caballeros de la Logia de la Verdad, los mismos que tuvieron sede en la Calle San Sebastián del Viejo San Juan: "Tengan ustedes buen provecho".
Es posible que estos gestos de buena educación sean también símbolo de resistencia de los pueblos pequeños. Y me alegro por ello.

Tomado de: http://www.elpais.com.co/paisonline/ediciones_anteriores/ediciones.php?p=/historico/jul162009/PRI

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domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Fue cheveridad lo de Judas?



Castillo de proa



Por Medardo Arias Satizábal

           En el día de los panes ácimos y el sacrificio del Cordero Pascual, hace 1.973 años, ocurrió un hecho que dio pie a una revolución más significativa que la liderada hoy por Bill Gates, el presidente de Microsoft: un galileo de estatura media, ojos claros, cabello largo, 33 años, ningun romance conocido, le dijo a un hombre que llevaba un cántaro de agua, que avanzara hasta encontrar una casa donde debían disponer mesa para una cena; él iría ahí más tarde para reunirse, por última vez, con doce amigos, camaradas encontrados en el áspero y honesto mundo de los pescadores del Mar de Tiberíades, gente sencilla a la que terminó por dotar de una especial sabiduría y don de gentes.
        
         Lo que estaba en la cabeza de Jesús, que así se llamaba este hombre nacido cerca de Cafarnaum, era su entrega. Sabía que iba a morir con manos y pies martillados en dos maderos atravesados, como morían entonces los malhechores. Quería, simbólicamente, antes del martirio en el Monte de la Calavera, hacer un sacrificio en vida y distribuir su cuerpo y su sangre a los doce colegas, representantes ahí de la condición humana. Mayor acto de amor no se conoce; les ofreció su cuerpo, en forma de pan, y también su sangre, en forma de vino.
         Así que cuando los soldados vinieron por él, ya hacía mucho rato había entregado su cuerpo y su espiritu, el mismo que encomendó a Dios, su padre, con la expresión "!eloí!", al expirar.
         Sus momentos de reflexión en un huerto de olivos,  fueron los de un desvelado, alguien que no obstante el cansancio, veló el sueño de sus discípulos, Santiago entre ellos. Pedro, uno de sus más cercanos, se echó a llorar cuando comprobó que efectivamente, antes de que el gallo cantara dos veces, había negado tres, a su buen amigo. "No conozco a ese hombre", dijo,  cuando intentaron prenderlo por ser uno de los que andaba predicando esa extraña doctrina de la fraternidad y la compasión, y  además cometía la herejía de afirmar que aquel era "el rey de los judíos".
         El descubrimiento de un manuscrito segun el cual Judas jamás traicionó, y por el contrario obedeció a Jesús cuando pidió que lo vendiera, viene a decirnos, equívocamente, que el Galileo era una especie de dramaturgo que deseaba llevar hasta el final una obra de teatro basada en su propio libreto; es decir, el gallo no cantó al azar en esa madrugada que antecedió a su muerte, sino que él cuidó de dejar en el vecindario a un gallo bien afinado que cantara en la hora justa, para que Pedro sintiera el escarnio de la deslealtad. Ni más, ni menos; o el hombre del cántaro no encontró la casa de la cena postrera, sino que siguió una ruta preestablecida.
         Algo quiere decirnos este intento de "limpiar" la imagen de Iscariote casi dos mil años después, y no es gratuito que la aparición de estos manuscritos y la revelación de la "puesta en escena" de los últimos días de Jesús, se haya dado precísamente en  vísperas de la Semana Santa. ¿A quién favorece? Aquí en Estados Unidos, se opina que el suceso viene a cambiar la imagen de los judíos como autores intelectuales de la muerte de Cristo, y puede contribuir a menguar el antisemitismo. La verdad es que Jesús no era distinto, étnicamente, a sus enemigos, y aunque concebido por obra y gracia del Espiritu Santo, el censo romano lo clasificó como descendiente de la raza de Abraham, Jacob e Isaac, o sea, parte del Pueblo Elegido.
         Esta discusión, sin duda, ocupará por un buen tiempo a los teólogos.

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